«No temas, pues yo estoy contigo; no mires con desconfianza, pues yo soy tu Dios; yo te he dado fuerzas, he sido tu auxilio, y con mi diestra victoriosa te he sostenido.»Isaías 41, 10

Desde hace poco más de tres meses, Colombia entera viene experimentando las consecuencias de una grave pandemia que nos ha cambiado, radicalmente, nuestro ritmo y estilo de vida.  De un momento a otro, el coronavirus o covid 19, que veíamos al final del 2019 como una enfermedad distante en un país asiático, llegó con su manto de dolor y muerte a nuestra sociedad obligándonos a confinarnos en nuestras casas y asumir unos protocolos de protección a los que no estábamos habituados.  Las calles se colmaron de soledad y silencio, las escuelas, colegios, universidades e Iglesias cerraron sus puertas.  El comercio limitó su actividad sólo a satisfacer las necesidades más básicas.  Muchas personas han perdido sus trabajos, la recesión económica es evidente.   Ya no se escucha el bochinche de los niños en los barrios ni las risas de los jóvenes en el parque, ya no resuenan las campanas de los templos convocando a la misa ni vemos a los amigos compartiendo un café en las heladerías; hasta las manifestaciones de afecto han tenido que limitarse a venias o choques de codo.  La incertidumbre y el desasosiego que tenemos hoy en el país y el mundo crecen día a día con cada noticia que nos llega.

Nunca nos habíamos imaginado que un virus tuviese la fuerza para doblegar la soberbia de los poderosos,  para mostrarnos la diferencia entre lo necesario y lo superfluo y para enseñarnos que somos vulnerables y que no debemos apoyarnos en falsas seguridades.  Por eso debemos permanecer unidos. 

Teníamos miedo al ruido de las armas, a la contumacia de los violentos, al comercio de muerte que se refugia en las periferias para seducir a nuestros jóvenes, a la incultura del facilismo y del descarte, al individualismo mezquino donde los otros sólo son un trampolín para nuestros intereses.   Hoy, la pandemia se nos presenta como un ALTO en el camino, como una barrera que debemos franquear con valentía y perseverancia.   Los obstáculos no nos pueden derribar ni hacernos perder la fe.  Hemos de convertirlos en retos y oportunidades para salir airosos como el ave fénix que resurge de las cenizas con mayor vitalidad y esplendor.

«No temas, pues yo estoy contigo; no mires con desconfianza, pues yo soy tu Dios; yo te he dado fuerzas, he sido tu auxilio, y con mi diestra victoriosa te he sostenido.»

En estos tiempos de crisis, es urgente que revisemos nuestras vidas, que las ajustemos a las nuevas condiciones que se nos presentan.  Es la oportunidad para valorar el estar en casa, compartiendo el día a día con nuestras familias.  Anteriormente, cuando todo parecía normal, nos habituamos tanto a la presencia de nuestros seres queridos, que terminábamos desplazándolos por la televisión, el celular, el internet, la calle o tantas otras realidades que alejaban a los cercanos y acercaban a los extraños. 

Ahora, el tiempo de permanecer juntos en familia es mayor y se nos brinda la oportunidad de fortalecer los vínculos que nos unen por medio del diálogo, la cooperación, el afecto y la corresponsabilidad.  Incluso la virtualidad, que antes mirábamos como una amenaza debido al mal uso que de ella se hacía, porque sustraía a los hijos de la familia y del mundo, se ha convertido en el medio propicio para fortalecer los procesos de enseñanza-aprendizaje y comprometer a todos los miembros de la familia en la formación y acompañamiento de las nuevas generaciones.  No es haciendo lo del otro sino con el otro, generando y compartiendo reflexiones, aprendizajes, incluso las frustraciones y esperanzas.

Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino compromiso solidario. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños y jóvenes, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración.

La contingencia se prolonga por el resto del año y hay que pensar no en qué vamos a hacer sino en para qué vamos a aprovechar este tiempo.  Las lecciones que estamos aprendiendo, como familia, personas, padres, ciudadanos, hijos, como seres humanos sociables, solidarios, fraternos, ¿de qué manera nos están complementando? ¿Qué nos va a pasar en la post-pandemia?, ¿dejamos hablar a Dios, haciendo primero un barrido en nuestro interior para darle la oportunidad de que nos hable?, ¿cuánto tiempo llevamos diciendo a Dios que nos escuche sin dejarlo hablar a Él?

Es el momento propicio para restaurar las relaciones que hace rato llevamos desquebrajadas:

 

  1. La relación con la naturaleza, nuestra casa común, que tanto hemos descuidado y a la que venimos depredando como lobos feroces. Hemos contaminado el ambiente.  Hemos causado un daño irreparable al pensar que somos sus propietarios y dominadores autorizados a expoliarla.  Ahora, cuando estamos confinados en nuestras casas, la naturaleza nos ha demostrado que puede sobrevivir sin nosotros pero que nosotros no podríamos hacerlo sin ella.

 

  1. La relación con las demás personas: es lamentable constatar que se precisó de una crisis mundial para entender que no nos bastamos a nosotros mismos; que no somos autosuficientes y que incluso, aquellos a quienes la sociedad menos reconoce como nuestros campesinos y agricultores terminan siendo más importantes que los encopetados politiqueros que se pavonean en los altos cargos. Hoy, los médicos y enfermeras son más importantes que el cantante de reggaetón o el futbolista de las ligas mayores.  Es el tiempo para valorar a cada integrante de nuestras familias, valorar a los cercanos y a los lejanos, a los amigos y conocidos, a los que, de manera silenciosa, aportan a nuestro bienestar durante este tiempo de crisis.

 

  1. El encuentro con nosotros mismos para reordenar nuestras vidas; para recordar que somos los únicos responsables de las decisiones que tomamos; para que empuñemos con firmeza las riendas de nuestra propia historia de modo que la direccionemos hacia todo aquello que nos hace más humanos y menos mezquinos.

 

  1. La relación con Dios: ahora, cuando la radio o la televisión cubren de alguna forma nuestra imposibilidad de ir al templo, no podemos olvidar que ÉL es el la fuente, fundamento y el culmen de nuestra vida. ¡Tantas veces nos dirigimos a Él para culparlo de todo aquello que es consecuencia de nuestras propias acciones!,  ¡Tantas veces le reclamamos con soberbia como si Él fuera nuestro adversario y no nuestro Padre!  Si no restauramos nuestra relación con Dios, todas las demás relaciones se vendrán a pique. 

 

¡Qué bueno sería que nuestra fe se fortaleciera en este tiempo de prueba para poder proclamar con el salmista:  “Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor con Él a mi derecha no vacilaré. Se me alegra el corazón porque no me entregarás a la muerte. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha”!  (Salmo 15)

Amigos: La salud mental comienza con la actitud que tengamos hacia lo que vemos venir. Somos lo que pensamos. Los pensamientos dirigen y regulan nuestros comportamientos. El lenguaje apreciativo, que valora, motiva y estimula, tiene que estar siempre a flor de labios.  Pensar en positivo siempre.

Nuestra fe es débil y tenemos miedo. Pero el Señor, no nos deja a merced de la tormenta.Tengamos confianza en que esta pandemia pasará.  Tengamos confianza en que la tormenta por la que ahora atravesamos será cambiada en dulce calma.   . El Señor nos repite: «No temas, pues yo estoy contigo; no mires con desconfianza, pues yo soy tu Dios”.

El próximo año pondrá a prueba muchos de los aprendizajes que hemos adquirido, de las competencias que hemos potenciado. No se trata de engañar a nadie, ni de autoengañarnos. ¿Qué tan preparados estamos o vamos a estar para ser promovidos al grado siguiente?  A lo largo de esta cuarentena los estudiantes han tenido la responsabilidad de asumir más en serio la tarea de su propia formación con el acompañamiento de los profesores y, por su puesto, de ustedes, apreciados padres de familia.  Este proceso conjuga la adquisición de saberes, la construcción de sentido y transformación del sí mismos. Moviliza una ética que se incardina en las prácticas y que asume que toda persona  tiene capacidad de autodirigirse.

Estamos llamados a despertar y activar la solidaridad y la esperanza capaces de dar solidez, apoyo y significado a estas horas en que todo parece zozobrar.  La siempre virgen María, patrona de nuestra Normal, quien salió en auxilio de los jóvenes esposos en las bodas de Canaá nos acompañé y ayude a pasar de la escases a la abundancia, de la desesperación a la esperanza y de la angustia a la sin igual alegría.  Así sea.